La historia de la cofradía de San Juan Bautista refleja no solo la devoción religiosa, sino también un sentido de comunidad y apoyo mutuo entre los feligreses. La cobranza del trigo y la distribución entre los hermanos muestra como la fe y la vida cotidiana estaban entrelazadas.
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Listado de hermanos |
Queda constancia mediante un
libro datado en 1889, de la relación de cofrades en la que se refleja la Lista de hermanos de San Juan Bautista para
la cobranza del trigo, unas veces a 8 almudes y otras veces a 12 almudes por lo que es de suponer que además
del fervor religioso existía una mutualidad para la distribución del trigo
entre sus feligreses; en este libro se manifiesta ese listado hasta 1924 y
queda una brecha hasta que en 1959 continua con el Reglamento de la Cofradía de San Juan Bautista, en la que se expone
quien es el Alcalde de la Cofradía, sus
Mayordomos, los de Junta, Ayudantes de los Mayordomos y Quienes van a portar al
Santo. Otro apartado es para los gastos de la cofradía en la que se
enuncian una lista de los mismos, Misa y
Sermón 175 pesetas, Bombas y Cohetes 168 pesetas, piñones 30 pesetas, 1 kilo de
velas 96 pesetas, 10 músicos 850 pesetas, Izal el del órgano 80 pesetas.
Desde 1957 hasta 1970 aparece como secretario
de la cofradía Víctor Bienzobas, en la que es la ultima relación de alcalde, mayordomos, de junta y para llevar el santo. En la casa adyacente
a la ermita siempre han vivido los Sanjuaneros,
Pablo Alfaro y posteriormente su hijo Faustino
Alfaro eran los encargados de la custodia y mantenimiento de la Ermita de San Juan.
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Anotación Libro de la Cofradía de 1692 |
Cada año, durante la festividad de San Juan, la ciudad se llenaba de vida, las gentes decoraban la iglesia con flores frescas y preparaban un banquete en la plaza. Los niños corrían por los pasillos, riendo y jugando, mientras los ancianos compartían historias sobre cómo la iglesia había sido un regalo para el barrio y la ciudad. Con el paso de los años, la iglesia fue cayendo en el olvido, la iglesia aunque cerrada, permanecía como un vestigio del pasado, con su campanario silenciado y las puertas cerradas con llave, las imágenes de los santos, aunque descoloridas, mantenían una serenidad que llenaba el espacio. La plaza era punto de encuentro de vecinos, los hombres con boinas y chaquetas gastadas alborotaban, mientras las mujeres ataviadas con mantillas negras hablaban en voz baja.
Dos peligros se ciernen sobre los campos a medida que avanza la primavera: las heladas de la segunda mitad de abril y la parquedad de lluvias. Aquéllas pueden malograr en una madrugada viñas, frutales y hortaliza. La sequía puede tener consecuencias más catastróficas para la cosecha cerealista, el viñedo y el olivar, e incluso para la ganadería. En una economía exclusivamente agropecuaria, tales desgracias acarreaban el hundimiento de numerosas familias, la penuria, el hambre y la mendicidad, cuando no la muerte. Frente al peligro vital, el hombre multiplicó preces y ceremonias, implorando la protección del cielo.
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Libro Cofradía |
El 24 de junio, Corella se envuelve en un manto de llamas y fervor. La ancestral tradición de celebrar el solsticio de verano se fusiona con la devoción cristiana, creando una noche mágica donde lo sagrado y lo profano se entrelazan. Las hogueras, vestigio de antiguos rituales celtas, se alzan como faros en la oscuridad, purificando el alma y renovando la esperanza. El crepitar de las llamas, el aroma a madera quemada y el bullicio de la multitud pintan un cuadro de celebración y comunidad, donde el tiempo parece detenerse.
La noche y el amanecer se consagran a San Juan, una figura que encarna la unión entre lo celestial y lo terrenal. Su figura, símbolo de la cristiandad, se entrelaza con la ancestral veneración al sol, astro que preside esta celebración. La noche de San Juan es un crisol de tradiciones, donde las hogueras, herederas de antiguos rituales paganos, se alzan como faros en la oscuridad. En ellas, los hombres y mujeres depositan sus miedos y anhelos, purificándose en el fuego y renovando sus esperanzas. El crepitar de las llamas, el olor a madera quemada y el murmullo de la multitud crean una atmósfera mágica en una danza ancestral.
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Libro Cofradía |
Yo la he conocido en ruinas, pero cuentan los mayores que existían celebraciones que llenaban de vida nuestra plaza. En aquellos tiempos, antes de que la razón lo eclipsara todo, los agricultores, con rostros curtidos por el sol y manos endurecidas por el trabajo, acudían el 3 de mayo a bendecir sus "
Samantas de Lombardía". Estos álamos negros, elegidos por su resistencia y su sombra protectora, eran para ellos mucho más que simples árboles. Eran la esperanza de una buena cosecha, un escudo contra las temibles "
pedreas" que podían arruinar sus esfuerzos de todo un año. La
Plaza de San Juan se convertía en un hervidero de fe y superstición. Los hombres, con los brazos en alto, elevaban sus
"samantas" mientras el cura, con gesto solemne, las rociaba con agua bendita. Era un ritual que unía cielo y tierra, pasado y presente, y que reforzaba los lazos de la comunidad. Aunque hoy en día estas prácticas han perdido parte de su fuerza, los mayores aún recuerdan con nostalgia aquellos tiempos en los que la naturaleza y la religión se entrelazaban de manera tan íntima.
Junio, con su manto de luz dorada, envuelve a Corella en un ambiente de serena expectativa. El solsticio de verano ha llegado, anunciando el apogeo del sol y la exuberancia de la naturaleza. Los pajarillos entonan sus melodías más alegres, mientras las nubes se disipan como velos de algodón. Para nosotros los Corellanos, este es el momento de abrir las puertas de nuestra pequeña ermita, un rincón de paz y devoción. Allí, con esmero y cariño, vestimos a nuestro Sanjuanillo con sus mejores galas: un paño blanco, bordado con delicados encajes de bolillos, lo envuelve en un halo de pureza. Sobre el altar, reluce un gran rosco de mazapán, bañado en una fina capa de azúcar que cruje bajo la luz de las velas. Adornado con bolitas de colores, el rosco es una ofrenda dulce y colorida, un símbolo de la abundancia y la alegría que esperamos recibir en este nuevo ciclo.
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Razón de hermanos |
Conforme el sol se despide tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras, las calles de nuestro pueblo se visten de gala. El barrio de San Juan, epicentro de la celebración, bulle de vida. Adornos multicolores, desde farolillos de papel hasta guirnaldas de flores, cuelgan de balcones y ventanas, creando un arco iris luminoso que ilumina las fachadas. El aroma a jazmín y a bizcocho recién horneado se mezcla con el alegre tintineo de las campanas, anunciando la llegada de la noche más mágica del año. La gente, ataviada con sus mejores galas y portando farolillos de papel, se reúne en las plazas y las calles, contagiando su entusiasmo a los más pequeños. El ambiente es festivo, cargado de expectación, y se respira la alegría de una tradición que se transmite de generación en generación.
En el tejado de la pequeña ermita, la campanilla Sanjuanera, bautizada así en honor a nuestro santo patrón, entona un alegre tintineo que resuena por todo el barrio. Su sonido, como una invitación a la fiesta, se mezcla con las risas y las voces de los vecinos que, en los graneros y veraniles cercanos, dan vida a nuestras queridas juangueringas. Estos espacios, transformados en talleres improvisados, bullen de actividad. El olor a paja fresca y a pintura se entremezcla con el aroma de los dulces que las mujeres hornean para la ocasión. Niños y mayores, con los rostros manchados de serrín y las manos llenas de paja, trabajan en equipo, compartiendo historias y anécdotas. Cada juangueringa es una obra de arte única, un reflejo de la personalidad de su creador y un símbolo de la unión de la comunidad.
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Los cinco Santos |
Es la ilusión de la creación en secreto de muñecos grotescos rellenos de paja, un ritual que une a vecinos de todas las edades. En los talleres improvisados, el aire se llena del rumor de las tijeras, el crujido de la paja y las risas de los niños. Cada
juangueringa es una obra de arte única, fruto de la imaginación y la destreza de sus creadores. Con ojos y narices de botones y bocas cosidas con hilo, estos muñecos cobran vida, encarnando desde personajes históricos hasta vecinos del pueblo. Vestidos con ropas rescatadas de los baúles, adornados con sombreros extravagantes y caretas grotescas, las
juangueringas son un reflejo de la vida cotidiana y de los sueños y pesadillas de quienes las crean. Cada puntada, cada relleno de paja, es una muestra de cariño y dedicación, un homenaje a la tradición y a la comunidad.
Una vez terminadas, nuestras juangueringas se convierten en las reinas de la fiesta. Colgadas de fuertes cuerdas que se anclan a los balcones, se balancean al viento como extraños frutos de un árbol imaginario. Sus colores vibrantes, desde el rojo intenso de un payaso hasta el verde opaco de un ogro, contrastan con el azul del cielo. La gente se detiene a admirarlas, sus ojos recorren cada detalle, desde los botones que sirven de ojos hasta los zapatos desgastados que cuelgan de sus pies. Los niños las señalan con dedos emocionados, mientras los adultos comparten anécdotas y risas. Las juangueringas son el centro de todas las miradas, un testimonio del ingenio y la creatividad de nuestra comunidad.
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La Magdalena |
Las vecinas, con sus delantales bordados y el cabello recogido en moños, se apresuran a embellecer las calles. Armadas con escobas de esparto y cubos de agua, barren con energía, levantando pequeñas nubes de polvo que se disipan rápidamente bajo el sol. El sonido rítmico de las escobas se entremezcla con el murmullo de sus conversaciones, creando una melodía que llena el aire de alegría. Cada una se encarga de su tramo de calle, rociando el suelo con agua fresca que sacan a palmadas de un cubo sujeto a la cintura. El aroma a tierra mojada y a jazmín se mezcla con el olor a jabón, creando una fragancia limpia y refrescante que envuelve el barrio.
A las seis en punto, las campanas de la iglesia anuncian el inicio de la procesión. Sanjuanillo, resplandeciente en sus mejores galas, es llevado en andas adornadas con flores de vivos colores. El peso de la imagen, sostenido por los devotos cofrades, parece ligero ante la fe que los mueve. Detrás, el mayordomo, con su vara rematada en una cruz, encabeza la comitiva, seguido por el alcalde y el cura, cuya figura se destaca entre la multitud. La banda de música, con sus instrumentos dorados, interpreta melodías que conmueven el alma. El sonido de la música se mezcla con el aroma del incienso y las flores, mientras los fieles, con velas encendidas en las manos, entonan antiguas letanías. Los niños, con ojos llenos de asombro, observan a Sanjuanillo, mientras las mujeres, con pañuelos blancos en la cabeza, rezan con fervor. La procesión se convierte en un río de luz y color que serpentea por las calles, dejando a su paso un rastro de emoción y esperanza.
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San Juanillo |
"Esta pequeña imagen es la que estaba en la hornacina exterior de su ermita, el corderillo esta recostado porque le faltan las patas, originalmente estaba de pie junto a la imagen"
La hoguera, un corazón de fuego que late en el centro de la plaza, exige una atención constante. Con horcas y ramas, los jóvenes atizan las llamas, alimentando el fuego con troncos secos. El calor es intenso, una ola que envuelve a todos los presentes. El crepitar de las llamas y el chisporroteo de la madera crean una sinfonía hipnótica que se mezcla con el ritmo de la música. Uno a uno, los valientes se lanzan sobre las llamas, llevando consigo sus miedos y deseos. Al aterrizar al otro lado, sienten un renovado vigor, como si el fuego hubiera purificado su alma. Mientras la hoguera se consume lentamente, dejando tras de sí un lecho de brasas incandescentes, la gente se reúne en grupos, compartiendo historias y risas. Los más jóvenes continúan saltando y jugando, mientras los mayores contemplan las llamas con una mirada pensativa. La noche avanza, pero el espíritu de la fiesta permanece vivo en el corazón de cada uno.
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Juangueringas |
El sol comienza a asomar por el horizonte, bañando las calles con su cálida luz. Es 24 de junio, la festividad de San Juan, y el pueblo despierta con una alegría contagiosa. Los balcones, adornados con ramas de cerezo en flor, desprenden un dulce aroma que se mezcla con el olor a chocolate y churros recién hechos. En las plazas y las calles, grandes mesas repletas de manjares invitan a sentarse y disfrutar. Jarras humeantes de chocolate, fuentes de churros crujientes, perillas de San Juan y mantecosas recién salidas del horno tientan a los paladares. Los vecinos, ataviados con sus mejores galas, se reúnen alrededor de las mesas, compartiendo risas y anécdotas. Para la bendición de ramos en la ermita de
San Juanillo de Corella, los niños llevan ramas delgadas y altas, hasta de dos metros, de
lombardías, puestas en las fincas se tenía mucha fe en que estos ramos libraban de
pedreas. Las rondallas, con sus guitarras y bandurrias, amenizan el desayuno con melodías populares. El ambiente es festivo y acogedor, una muestra de la unión y la solidaridad de la comunidad. Mientras tanto, las
juangueringas, colgadas de los balcones, parecen vigilar la celebración, listas para tomar parte en los juegos y las bromas que se sucederán a lo largo del día.
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San Juanillo |
"Esta imagen es la que sale en procesión en su celebración y se encuentra en la Parroquia de Ntra. Sra. del Rosario, en la capilla de la Virgen del Villar, su vestimenta llama la atención, por su originalidad."
El final se acerca, las juangueringas, convertidas en marionetas gigantes, son zarandeadas con fuerza por los jóvenes, que las hacen girar y saltar en el aire. El crujido de la paja, el rasgado de la tela y el choque contra las paredes crean una sinfonía caótica que llena el aire de emoción. Con cada sacudida, las juangueringas van revelando sus entrañas: montones de paja revueltos, retazos de tela y objetos extraños. La gente observa con una mezcla de asombro y tristeza cómo estas criaturas grotescas, que tanto les han hecho reír, se desintegran poco a poco. La destrucción de las juangueringas simboliza el fin de un ciclo, pero también el inicio de otro. Al igual que las estaciones, la vida sigue su curso, y con ella, la tradición de crear y destruir estas figuras efímeras.
El día declina, pintando el cielo con tonalidades de naranja y púrpura. Con la puesta de sol, se cierra un ciclo y se abre otro. Las juangueringas, convertidas en simples montones de paja y trapos, son un recordatorio de que la vida, como las fiestas, es efímera. Pero también son una promesa de renovación, un anticipo de las risas y la alegría que volverán a llenar las calles el próximo año. Con la ilusión de niños y la sabiduría de los mayores, los vecinos ya piensan en las nuevas creaciones que darán vida a las próximas fiestas de San Juan. Cada juangueringa es una semilla que se planta en la imaginación, esperando florecer en una nueva obra de arte.
La ermita fue cayendo en desuso por su mal estado, se obtuvo alguna subvención para repararla, pero ni así ni con otros parches parecidos se pudo salvar un edificio cuyo mal de origen fue su deficiente construcción.
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Proyecto Iglesia de San Juan |
A modo de anécdota,
D. José Luis de Arrese hizo un proyecto para una nueva Iglesia de San Juan que albergara el retablo actual de la ermita y sirviera de sede a la cofradía de San Juan.
Junto a la ermita se construyo un hospital en 1.710 pero desapareció en 1.842 cuando al exclaustrar las ordenes religiosas se aprovecho para este fin el Convento del Carmen.
Cada pueblo tiene su propia historia y cada persona su propio camino, y así la historia de nuestro pueblo y sus gentes seguirá escribiéndose con cada nuevo día, con cada nueva vida y con cada nuevo sueño.
Qué barbaridad , Isidro, qué cantidad de documentación…!
ResponderEliminarMuchas gracias!
Kevork
Magistral, Isidro. Eres un fenómeno. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarInteresante y documentado artículo. Enhorabuena, Isidro.
ResponderEliminarUn apunte desde no se que tiempos el secretario de la cofradía fue mi bisabuelo Gregorio Bienzobas y Bienzobas luego paso a mí abuelo asta que con su muerte la cogió mi padre en 1957 y luego ya lo s que actualmente la llevan pero mi padre Víctor Bienzobas García asta que pudo sería cerca del 1995
ResponderEliminarToda nuestra vida en mi familia emos sido cofrades desde nuestro nacimiento y ahora mismo nietos también lo son claro
ResponderEliminarEn casa de mi familia siempre a sido el mejor día del año y así seguirá siendo
ResponderEliminarNo esperaba menos de ti, salao, enhorabuena
ResponderEliminarNo se donde encentras estas cosas, pero que gusto da leerte amigo, sigue así.
ResponderEliminarMadre del amor hermoso, vaya artículo, felicidades por este logro. Bien nos viene conocer mas de nuestra querida ciudad.
ResponderEliminarCasi me emociono, acostumbrado a tus escritos graciosos, este ha sido espectacular, enhorabuena maestro.
ResponderEliminarEspectacular, una maravilla de relato, enhorabuena muchacho
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