viernes, 24 de octubre de 2025

El misterio del convento de San Benito de Corella

El bochorno de ese junio de 1975 no era un calor cualquiera, venía con una agenda propia, parecía que el mismísimo infierno había decidido montar su sucursal de verano allí, directamente lo asaba a fuego lento, y decidido a fastidiar hasta el último rincón del Convento de San Benito. Pero nadie podría detener a Fermín "El Zambombillo" y a Luis "El Monresa" en su ultima encomienda  a resguardo de sus amplios muros. En la iglesia, donde el aire prometía tregua, se dirigían con la solemnidad de un exorcismo fallido hacia un lateral de la capilla, el coro bajo. Las obras de remodelación, para albergar al futuro Museo de la Encarnación, habían sido bendecidas por el Ayuntamiento, el mismísimo José Luis de Arrese y hasta el Príncipe de Viana, pero habían tropezado con una pared. Un muro que, para ser sinceros, nadie recordaba para qué servía, pero ahí estaba, guardando quizás algún secreto milenario o, más probablemente, nada. Nuestros ínclitos vecinos e intrépidos héroes, armados con sus contundentes mazas, avanzaban prestos a la aventura, con la certeza de que iban a desvelar, al menos, el misterio a base de golpes. Si ese muro guardaba secretos, no serían por mucho tiempo.

"¡Esa pared tiene los días contados! Aquí no queda otra que darle un zurriagazo," sentenció Luis "El Monresa", con la autoridad de un general. Fermín "El Zambombillo", que siempre fue de maza fácil, no esperó ni a que su amigo terminara la frase. Con esa puntería suya, ya estaba arremetiendo sin piedad con la escotilla  piqueta. El eco retumbó en la Iglesia, que antes parecía solo un nave vacía y ahora era el escenario de una demolición improvisada.

El primer golpe fue un aviso; el segundo, ¡una obra de arte!. Fermín, con los ojos inyectados en la adrenalina de la picardía, dio un brinco hacia atrás, pálido como la cera. ¡Un boquete!, ¡Un bujero!. Y no uno cualquiera, sino uno que se había abierto sin el más mínimo esfuerzo, como si la pared estuviera hecha de yeso. La maza de Fermín parecía haber atravesado una ilusión óptica, no un muro.

¡Trae los mixtos, Luis, pero ya!, gritó Fermín, con la voz temblorosa y un hilo de sudor frío bajándole por la sien. ¡Que traiga qué, Fermín!, respondió Luis desconcertado. ¡Pero si casi no vemos ni la maza con la polvareda! ¡los mixtos, cojotíos, las jodidas cerillas! ¡Que esa no es una pared normal!, insistió Fermín, con los ojos como platos, fijos en la negrura del "bujero".

Luis, entre confundido y contagiado por el pánico escénico de Fermín, rebuscó en su bolsillo. Sacó las cerillas, una cajetilla que había visto más batallas que él, y las encendió con un chasquido. La pequeña llama bailó en la oscuridad, proyectando sombras fantasmagóricas sobre la cara de Fermín. Y al iluminar el agujero, la mente de Fermín, siempre tan práctica para la obra, solo pudo pensar en una cosa: ¡un tesoro oculto! Oro, doblones de a ocho, joyas centenarias,… ¡la jubilación anticipada!.

-Pero la vida, como los tabiques, a veces esconde sorpresas menos agradables-.

¡Cojotios!, gritó Fermín, dando un salto que casi le hace chocar con el techo. La llama del mechero tembló en su mano. ¡Un pie! ¡Hay un pie ahí dentro, Luis!.

Luis "El Monresa", con la paciencia de un santo que ha perdido la fe, se acercó con cautela, asomando la cabeza. El polvo se asentaba lentamente, revelando la silueta. ¡Deja ver, hombre!, dijo con un tono que no denotaba ni un ápice de sorpresa. Y al segundo, con una calma que daba escalofríos y que contrastaba con el ataque de histeria de Fermín, soltó, "Un pie no, dos! ¡Y tienen pinta de estar pegados a algo más grande!. ¡Creo que está mas seco que una "testaraña"!

El silencio se hizo denso en la habitación, solo roto por el goteo de sudor de la frente de Fermín. La posibilidad de un tesoro se esfumó tan rápido como el humo del cigarrillo de Luis. La aventura de demoler una simple pared se había transformado, de golpe y porrazo, en un descubrimiento digno de un capítulo de una sorprendente historia. ¿Quién necesita películas o unas obras de teatro cuando tienes a Luis y Fermín con una maza? La pregunta ahora no era qué hacer con ese "bujero" en la pared, sino qué diablos hacer con los inquilinos inesperados. Y, más importante, ¿A quién había que avisar?, ¿a la Guardia Civil?, ¿al médico?, ¿ A la Fermina?, ¿al alcalde?.

La noticia, de trascendencia nacional, discurrió como un torrente incontrolable: el hallazgo de un difunto de sexo masculino entre los antiguos muros de un convento de clausura femenino. Las habladurías y los infundios se propagaron con la celeridad que solo la imaginación popular es capaz de engendrar, tejiendo un velo de especulaciones y sospechas sobre aquel sacro recinto.

Sin embargo, los legajos y documentos que yacían junto al ataúd, en aquel sanctasanctórum de ladrillo y silencio, pusieron de manifiesto la identidad del finado. Lo verdaderamente singular, más allá de la extraña ubicación del cuerpo, fue la disposición del lecho final: la caja de madera había sido colocada boca abajo. Cuentan los testigos que, ante la incapacidad de distinguir el cielo del averno en aquel féretro de humildes formas, se produjo un lamentable error. El difunto, al ser descubierto, no miraba hacia la promesa de la salvación, sino que su rostro, con las facciones magulladas por el peso y la desorientación, se orientaba hacia las profundidades de la tierra, como un último y trágico presagio.

Allá por el siglo XVI, el enfrentamiento entre las dos casas nobiliarias cuya tradicional rivalidad se enmarcaba en la división entre la montaña y el llano, los Agramonteses en el llano y los Beaumonteses en la Navarra Pirenaica, era mas de dimes y diretes que de espadas, gracias a ello Corella vivía una época de esplendor y de paz reinando Felipe III el Piadoso, el cual aumento enormemente la fundación de monasterios. Ya Navarra formaba parte de la Corona de Castilla  y Corella se convirtió en puerta de entrada de mercados, aumentó el asentamiento de la población y el establecimiento de una burguesía en nuestra ciudad barroca.

¡Vaya mezcla explosiva para fundar un monasterio! Si uno se imagina a los fundadores de estas instituciones, piensa en santos, ermitaños, o almas piadosas, pues en el caso del Monasterio de la Encarnación, la cosa fue un poco más.... peculiar.

Tenemos, por un lado, a D. Pedro de Baigorri, un militar tan fogoso y turbulento que uno se lo imagina más en una taberna montando un jaleo que rezando un rosario. Nació en Corella en 1593, hijo de D. Miguel de Baigorri y de Gracia Ruiz, esta criada de la casa y a su vez viuda de un Corellano llamado Pedro Martinez, que al quedar viudo D. Miguel de Baigorri casó con el en 1596. Tuvo una hermana llamada Maria y otros dos hermanos, Miguel y Juan. Mas tarde, huérfano de padre trató de buscar acomodo y como pocos cuadraban a su carácter mejor que el oficio militar, a el encamino su vida.

Y luego, para equilibrar la balanza, aparece Dña. Luisa Álvarez del Castillo y Osorio, nacida en 1610,  una mística dama de Toledo, que acababa de enviudar de su segundo marido, D. Bartolomé López de Cáseda, natural de Sanguesa, que fue secretario de su majestad Felipe IV. Dña. Luisa que no tenia hijos, decidió dedicar su vida y su fortuna, a fundar un convento de monjas benedictinas en el cual profesaría, y sabiendo que en Corella había uno recién construido, se puso en contacto con los sobrinos y patronos a los cuales D. Pedro de Baigorri había encomendado la construcción.

A saber, en 1614 y después de ceder todos sus bienes a su madre, sale camino de Nápoles a la búsqueda de aventuras y tutelado por su tío D. Jerónimo de Baigorri, capitán de los tercios de España, como casi todas las cosas en este mundo tienen arreglo, Pedro Martinez y Ruiz fue modificando su partida de nacimiento hasta convertirse en D. Pedro de Baigorri y Ruiz, futuro Caballero de Santiago, Sargento Mayor, y Mariscal de Campo. Parece ser que los instructores de la nobilísima orden militar aceptaron la partida de nacimiento cómo valida, siendo que faltaban algunas firmas en dicha partida. En 1650, fue admitido como Caballero de la Orden de Santiago por real merced de Felipe IV, tras cumplir con las pruebas de nobleza exigidas.
 
Su vida es un tapiz tejido con el fragor de la batalla, luchó en todas las contiendas que en su tiempo hubo, Milán, Normandía, en las llanuras de Flandes y Alsacia y en Alemania, con gran estima por parte de sus generales. Regresó a Corella con 39 años con la banda de capitán, y aquí levanto una compañía propia con mas de setenta  cinco soldados que le siguieron y participaron en la batalla de Nordlingen en 1634, esta ciudad situada al sur de Alemania en el estado de Baviera, donde los ejércitos españoles e imperiales comandados por el Infante Fernando de España y Fernando III de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano se impusieron al ejercito Sueco y Alemán. Participo en el sitio de Fuenterrabia en 1638 donde fue hecho prisionero, siendo mas tarde canjeado.

-Gobernador de Buenos Aires: Una Gestión entre la Justicia y la Traición-

Buenos Aires, 1651 - La Real Cédula del 23 de octubre de 1651 designó a D. Pedro de Baigorri como nuevo gobernador de Buenos Aires, un nombramiento que lo pondría a prueba ante desafíos sanitarios, militares y de ética personal. Sucediendo a D. Jacinto de Lariz, Baigorri no tardó en ganarse la simpatía de la población al enjuiciar y condenar a su predecesor por "abusos y desaciertos" administrativos. Este primer acto, firme y justo, sentó las bases de una gestión que, con el tiempo, revelaría sus contradicciones.

-Plagas, Guerras y Alianzas Inesperadas-

Apenas cuatro meses después de asumir el mando, Baigorri se enfrentó a una devastadora plaga que había cobrado más de 1.500 vidas. En una carta al rey, el gobernador destacó la labor del obispo, Monseñor de la Mancha y Velazco, asegurando que "ningún alma había muerto sin sacramentos", un testimonio de su excelente relación con la jerarquía eclesiástica.

Su mayor desafío, sin embargo, llegó con el intento de invasión francesa. En una audaz maniobra, la escuadra de Luis XIV, al mando de Timoteo de Osmat, Señor de la Fontaine, intentó tomar el puerto de Buenos Aires. Baigorri, que había cultivado una buena relación con las tribus nativas, convocó a los guaraníes reunidos por los jesuitas para que se unieran a las tropas españolas. La respuesta fue una muestra de "gran obediencia y fidelidad", una actitud que los historiadores califican de extraña en la época, y que resultó clave para la defensa. El asedio duró ocho meses, y solo la pérdida de su nave capitana y la muerte del Señor de la Fontaine, obligaron a los invasores a retirarse. Baigorri también actuó con determinación para auxiliar a la ciudad de Santa Fe, amenazada por los calchaquíes, enviando un contingente de guaraníes y españoles que lograron repeler la invasión. En una carta datada en 1657 al Consejo de Indias muestra la satisfacción que la victoria le produjo - "en estas mis provincias, a Dios gracias, viven en paz después q. sujeté y castigué a los indios rebeldes llamados calchaquies" 

-La Caída del Héroe: De la Gloria a la Deshonra-

A pesar de sus victorias militares y su aparente compromiso con la justicia, el mandato de Baigorri no estuvo exento de controversia. El gobernador, quien había defendido las ciudades de su jurisdicción con tanto ahínco, no dudó en infringir las leyes que él mismo debía hacer cumplir. Las desventuras empiezan cuando en 1658 cuatro navíos holandeses bautizados como "El Alcón dorado", "Estrella de los mares", "Santa Maria" y "Esperanza", llegaron al puerto de Buenos Aires huyendo de una escuadra inglesa que pirateaba en alta mar.  Se le acusó de permitir el comercio ilegal con estas naves holandesas, un delito grave en la época, y de defraudar las arcas reales. El cargo más serio, no obstante, fue el de alta traición.

Estaba ya por entonces D. Pedro de Baigorri"en continua enfermedad y particularmente cuando estos nabios estuvieron en el puerto, estuvo a la muerte y sacramentado, no paseaba por las calles y nunca llego a su noticia que hubiese tales tiendas"

En 1660, dos años después, la justicia real actuó con contundencia. Baigorri fue destituido de su cargo  acusado de defraudar a la Hacienda Real, enriquecimiento indebido, contrabando de metales preciosos y traición. Su hacienda fue embargada y él mismo fue encarcelado, poniendo un abrupto y deshonroso final a una gestión que comenzó con promesas de integridad y terminó en el oprobio. La historia de D. Pedro de Baigorri, entonces, se lee como un relato de poder, virtud, y la caída inevitable de un hombre que no pudo resistir las tentaciones de la corrupción. 

Hay que entender que Buenos Aires era un punto ciego en el vasto imperio español, una ciudad nacida en el exilio del comercio. Lejos de todo puerto vibrante, sus habitantes vivían en una escasez perpetua, incapaces de forjar lo que necesitaban para una vida digna. España, con su mirada fija en el codiciado Pacífico, negaba a la aldea hasta el aire del progreso. Apenas dos navíos al año, y a veces ninguno, osaban romper su aislamiento. Así, entre la negligencia imperial y la necesidad apremiante, los porteños aprendieron a bailar en la sombra de la ley, encontrando en el contrabando brasileño el salvavidas que el destino y la corona les habían arrebatado.

-La Odisea Judicial de Pedro de Baigorri, Absuelto en Madrid, Perseguido en América-

El rey, en un intento por esclarecer las graves acusaciones contra el gobernador Pedro Baigorri, envió al licenciado Manuel Muñoz de Cuellar, futuro fiscal de la Real Audiencia de Chile. La misión de Muñoz fue crucial: descubrió que los cargos contra Baigorri eran infundados y producto de una feroz rivalidad. Su exhaustiva investigación no solo demostró la inocencia del gobernador, sino que también dejó en evidencia los verdaderos móviles detrás de la emulación.

El informe de Muñoz de Cuellar fue tan contundente que el Real Consejo de Indias no dudó en dar un espaldarazo a la gestión de Baigorri, aprobando con "agradecimiento" los aciertos de su gobierno. Sin embargo, esta victoria legal no fue suficiente para silenciar a sus enemigos. A pesar de haber sido absuelto en Madrid, Baigorri fue arrestado una vez más. Si bien logró salir rápidamente de prisión, sus adversarios se las ingeniaron para prolongar su "purga", sometiéndolo a un largo y extenuante proceso.

Esta "feroz batalla moral" lo acompañó hasta el final de sus días. D. Pedro de Baigorri falleció el 13 de Octubre de 1669, a los 76 años de edad, triste y solitario con el único consuelo de los Padres Jesuitas  en cuya iglesia fue enterrado. En su testamento, dejó claro su legado póstumo: su heredero universal fue el convento de la Encarnación de Santa Teresa, que él mismo mandó fundar en su tierra natal. El resto de sus bienes, valorados en 3.390 pesos, fueron subastados entre los vecinos de Buenos Aires, poniendo un punto final a la vida de un hombre marcado por la intriga y la persecución. Cómo interpretar la figura de estos hombres de armas, llegando a una ciudad con poderes tan amplios que le permitían desde hacer la vista gorda a un desembarco de dudosa procedencia, sentenciar a muerte o sacar con soldados a un clérigo de su convento.

-Un convento para Corella: la visión de Pedro de Baigorri en 1659-

Corella, 1659. En una época marcada por la devoción, la ciudad albergaba ya a los Padres Carmelitas y a los Padres Mercedarios, pero carecía de un espacio para que las mujeres locales pudieran profesar su fe. Fue entonces cuando D. Pedro de Baigorri, emergió con una visión singular. En la cumbre de su influencia, Baigorri tomó la iniciativa de llenar este vacío, impulsando la creación de un nuevo convento. Consciente de la necesidad de un lugar donde las hijas de Corella pudieran dedicarse a la vida religiosa, Baigorri se puso en contacto con dos sacerdotes de la ciudad y parientes suyos, D. Francisco y D. Juan González Virto. Juntos, comenzaron a levantar los cimientos de lo que sería el futuro Convento de la Encarnación, un hito que no solo respondería a una necesidad espiritual, sino que también dejaría una huella perdurable en el patrimonio de la ciudad.

Con fecha 13 de febrero de 1660, los presbíteros D. Francisco y D. Juan González Virto presentaron una solicitud formal ante el Ayuntamiento de Corella. En el documento, se informó de la recepción de 16.000 reales de a ocho, destinados a la fundación de un convento para monjas. Dado que la orden religiosa específica no había sido determinada, se requería autorización para iniciar las obras en el emplazamiento elegido por el fundador, el cual era considerado "el más conveniente, bueno, apropiado y saludable". El 14 de febrero de 1660, el Ayuntamiento concedió la autorización solicitada. La obra fue realizada por el arquitecto Pedro de Argos entre 1660 y 1664. Paralelamente, los sacerdotes habían concluido las gestiones para la adquisición de los terrenos. El 15 de febrero de 1660 se formalizó la escritura de compra con Juan Sánchez de Hurtaza, mediante la cual se adquirió "una guerta cerrada con puerta  llabe sita en la endrecera de la calle de la puerta del sol de esta ciudad que ace frente al Rio Cañete junto a la puente que llaman Marina de dos robos  tres cuartaales de tierra con sus pies de olibos, algunos arboles frutiferos  una noria con sus adreços de madera y arcos de piedra, sus cerraciones y demás edificios".

Mientras el destino tejía su oscura trama, la tragedia se abatía sobre D. Pedro de Baigorri a orillas del caudaloso Río de la Plata. La esperanza de su inminente regreso, de poder al fin acabar sus días en el sosiego de la casa que había erigido junto al convento en el camino de Alifor, se desvanecía como un sueño roto. Lejos de allí, en Corella, el edificio que con tanta ilusión había soñado y levantado, yacía en silencio. Tras seis años de ausencia y silencio sepulcral por parte del gobernador, el patrono D. Juan de Luna y el mandatario D. Juan González se vieron obligados a tomar las riendas. Con solemnidad, sometieron la elección de la orden religiosa al sabio juicio del Obispo de Tarazona, sellando así el destino de aquel legado en la tierra que Baigorri nunca volvería a pisar.

A la par, en la bulliciosa Calle Dos Amigos de Madrid, una nueva historia comenzaba a tejerse a espaldas del convento de las Madres Capuchinas.

Allí vivía Dña. María Luisa Álvarez del Castillo y Osorio, una mujer que, tras la muerte de sus dos maridos, D. Juan de Guevara y el secretario de Su Majestad D. Bartolomé López de Cáseda, decidió dar un nuevo rumbo a su vida. Sin descendencia y dueña de una considerable fortuna, optó por dedicarla a la fe, fundando un convento de monjas benedictinas en el que ella misma profesaría.
Cuando le llegaron noticias de que en Corella se había construido un convento nuevo, D. María Luisa no dudó en contactar con el patrono D. Juan de Luna y Olando, casado con una sobrina del fundador, y D. Juan González Virto. Ellos, viendo la oportunidad, se pusieron inmediatamente en contacto con el obispo D. Miguel de Escartín, quien casualmente también pertenecía a la Orden Benedictina.
El destino parecía estar de su lado. Con sus velos de luto aún frescos, Dña. María Luisa viajó a Corella acompañada por Fray Manuel de Porras, de Nájera, monje benedictino, superior de su orden y capellán de San Plácido de Madrid, para sellar el acuerdo. Finalmente, el 17 de septiembre de 1669, la escritura de fundación se firmó, uniendo para siempre la vida de Dña. María Luisa con el legado de aquel convento.

A partir de ese momento, la fundación del convento se formalizó mediante dos escrituras clave, que detallaban los acuerdos y obligaciones de todas las partes involucradas.
En la primera escritura, el edificio fue cedido a la Orden Benedictina. Sin embargo, se garantizó que el patronazgo del convento y el derecho de entierro se mantuvieran en la familia de D. Pedro de Baigorri. Se hizo una excepción con D. Bartolomé López de Cáseda, quien también tenía permiso para ser enterrado en la capilla o dentro del convento. Además, se estipuló que el aposento con la tribuna con vistas a la capilla mayor siempre estaría reservado para los patrones, con su propia entrada y salida independiente.

La segunda escritura se centró en los derechos y responsabilidades de la ciudad de Corella y las provisiones para sus habitantes. El acuerdo establecía que se reservarían dotes para las hijas de Corella. Para apoyar al convento, el Ayuntamiento se comprometió a aportar cien ducados a once reales de plata al año durante un periodo de diez años. De igual manera, el Cabildo de las dos iglesias parroquiales ofreció cincuenta robos de trigo anuales por la misma década. El obispo aprobó ambas escrituras tan solo dos días después de su firma. Sin embargo, no fue hasta el 29 de abril de 1670 que el Consejo Real de Navarra les dio su aprobación final, sellando así el futuro del convento.

- La llegada a Corella -

Días después, el convento de San Plácido de Madrid se vació de un eco de pasos femeninos. Doña Luisa, acompañada de dos jóvenes doncellas y cuatro monjas, emprendía un viaje hacia Corella. Entre las novicias que caminaban a su lado estaba Andrea de San Juan, sobrina de fray Manuel de Porras. Apenas una muchacha, con solo 18 años, su vida encontraría un final prematuro en el nuevo monasterio, un 8 de diciembre de 1676, convirtiéndose en la primera en morir en aquella comunidad. Junto a ella iba sor Juana de la Cruz, hija del Maestre de Campo de los Reales EjércitosD. Juan Francisco Sanz Vázquez y de Dña. María de Quijano, una joven de linaje que también dejaba atrás el mundo.


Pero la llegada más notable era la de la mismísima abadesa perpetua de San Plácido, Sor Paula Manuela de la Ascensión. Con una humildad asombrosa, esta monja benedictina había renunciado a su prelatura ante notario, eligiendo el camino más sencillo para ganar el cielo. Quería ser una simple monja más en la nueva comunidad. Su fe era tan profunda que veinte años después moriría rodeada del aura de una santa, dejando un legado de devoción.

- El nacimiento de un monasterio -

La recién llegada comunidad se refugió primero en el hogar de D. Diego de Peralta y Beaumont, las monjas pasaron tres días allí, un breve preludio a lo que vendría después. La providencia tenía una fecha marcada: el 6 de mayo de 1670. A las diez de la mañana, el silencio se rompió con el inicio de una misa solemne en la iglesia del convento. El Vicario D. Jerónimo de Asiain ofició el rito, mientras que Fray Bernardo de Estúñiga, predicador real y abad de San Zoilo en Carrión de los Condes, llenó el aire con sus palabras. Aquel día, el nuevo monasterio benedictino cobraba vida.

Y en el corazón de aquella historia se encontraba Dña. Luisa. Su vida fue un faro de devoción y ejemplo para su comunidad. Gobernó el convento de Corella en repetidas ocasiones, guiando a sus hermanas con sabiduría. Finalmente, el 7 de enero de 1696, a la avanzada edad de ochenta y cinco años, encontró la paz en el mismo lugar que había ayudado a fundar. El convento prosperó siendo el monasterio de iniciación de muchas de las jóvenes de las familias más aristocráticas de la villa que profesarían en él.

- El testamento de D. Pedro de Baigorri y Ruiz -

Era el octavo día del mes de mayo del año de 1671, apenas un año después de la solemne fundación del convento, cuando la villa de Corella fue sacudida por una noticia de gran peso: la muerte de D. Pedro de Baigorri. Junto con el anuncio de su deceso, llegó también el contenido de su última voluntad. Dos días más tarde, en el convento, se celebraron los solemnes funerales, acompañados del rezo divino, para honrar la memoria del difunto.

El testamento de Baigorri contenía dos cláusulas cruciales. En la primera, nombraba a D. Juan de Luna como patrono del convento de religiosas de Santa Teresa. Pero fue la segunda la que desató la controversia: declaraba al Convento de la Encarnación de las monjas de Santa Teresa como heredero universal de todos sus bienes. Como veréis nombra a las Carmelitas herederas, así que se apresuraron a plantear el asunto a la Curia Diocesana, ya que no hubo mala fe, las madres Carmelitas no presentaron reclamación alguna y la justicia, tras sopesar los hechos, declaró a la fundación benedictina como la legítima heredera de los bienes que habían sido embargados a causa de la disputa.

La rueda de la justicia, como suele ser, giraba con lentitud. Hubieron de pasar veinte largos años antes de que se intentara de nuevo el levantamiento del embargo. Fue Mosén Antonio Gastón y Baigorri, vicario de Ejea de los Caballeros y sobrino-nieto del gobernador, quien se embarcó en esta ardua tarea. Sin embargo, su esfuerzo fue en vano. La respuesta fue lapidaria: "los herencios de la comunidad se secuestraron por su Majestad, así no quedaron bienes algunos para ella".

Afortunadamente, el convento no carecía de recursos. Su riqueza era notable desde sus primeros días, cimentada sobre una base de generosos donativos, las dotes de las novicias y el considerable capital aportado por su fundadora, Dña. Luisa Álvarez del Castillo y Osorio. Además, las rentas anuales de esta última ascendían a la considerable suma de mil ducados, asegurando que, a pesar de las disputas legales, la comunidad pudiera prosperar.

Desde el mirador más elevado de Corella la bella, un apodo que evoca su pasado grandioso, la vista se pierde en el horizonte, pero la mirada se detiene en un punto específico: el monasterio de monjas benedictinas de San Benito. En este lugar, sobre un altozano que parece suspenderse entre el cielo y la tierra, la historia y la fe se han anclado durante siglos.

La fundación de este cenobio, originalmente bajo la advocación de la Encarnación, marca el inicio de una crónica de fe, devoción y, sobre todo, una quietud que desafía el paso del tiempo. Aislado del bullicio del mundo, el monasterio de San Benito no es solo una construcción de piedra, sino un testigo silencioso de la vida contemplativa que sus habitantes han elegido.

El aire que se respira en este lugar parece distinto, cargado de la solemnidad de las oraciones que resuenan en sus muros y del eco de las campanas que marcan el ritmo de una vida dedicada al silencio y la reflexión. Este rincón de Corella, lejos de ser un simple monumento, es un corazón que sigue latiendo con la fuerza de una tradición ancestral, un recordatorio de que, incluso en un mundo de constante movimiento, hay espacios donde la quietud es la mayor de las virtudes.

Así que, la próxima vez que visiten el Monasterio de la Encarnación, piensen en esta improbable pareja: el guerrero fogoso e impetuoso y la dama mística y etérea, unidos por un destino divino... y, probablemente, por un secretario real con mucha paciencia. ¡Una comedia de enredos digna del Siglo de Oro!

viernes, 20 de junio de 2025

Ermita de San Juanillo de Corella, la Iglesia del olvido

Iglesia de San Juanillo
Iglesia de San Juanillo

Las iglesias antiguas en los pueblos suelen ser testigos silenciosos de la historia y de la tradición de la comunidad. Con sus paredes de piedra desgastadas por el tiempo y sus campanarios que repican al viento, estas construcciones sagradas nos transportan a épocas pasadas llenas de fe y devoción. Cada rincón de una iglesia antigua cuenta una historia, desde los frescos en el techo hasta los bancos de madera gastados por generaciones de fieles. Es un lugar donde el pasado se entrelaza con el presente, recordándonos la importancia de la espiritualidad y la conexión con nuestras raíces.

Una pequeña y modesta ermita existía junto a los "tajos o fosos" nuestra ciudad dedicada a San Juan, sus muros de piedra y adobe, desgastados por el paso del tiempo, contaban historias de generaciones pasadas, no tenia torre, pero si una espadaña que se alzaba orgullosa hacia el cielo, tenía una campana que resonaba cada domingo con un tintineo especial, cargante como ella sola, llamando a los fieles a reunirse. Esta ermita estaba adosada a la pared de la ultima casa del Barrio Verde y lindaba por el otro lado con la calle del Hospital Viejo, junto a ella la casa de los "SanJuaneros". Finales del siglo XVIII era una época gloriosa para el arte de la ciudad de Corella, en la cual se fueron levantando obras tan importantes como el Convento Benedictino, la Iglesia de Araceli, los retablos de la Iglesia del Rosario etc. 

Retablo Mayor
La iglesia había sido el corazón del barrio durante siglos, había sido testigo de bodas, celebraciones y despedidas, y su campana, que antaño sonaba con fuerza a cada hora, había dejado de resonar hacía ya muchos años. Nadie sabía con exactitud cuándo ocurrió, pero un día, sin previo aviso, la campana de su espadaña dejó de sonar y la puerta principal, que siempre estaba abierta, quedó cerrada para siempre. Los habitantes del pueblo y sobre todo del barrio se acostumbraron rápidamente a la quietud. Muchos de los más viejos recordaban los días de antaño, cuando el lugar estaba lleno de vida. Sin embargo, con el paso del tiempo, la gente se fue acostumbrando a su inexistencia.

Allá por 1750, los vecinos quisieron construir una iglesia que diera prestancia a su querido patrón, y para ello pidieron permiso a las autoridades locales para edificar la Ermita, dicen que "la capilla del glorioso San Juan que está en lo ultimo de dicha calle, está con poca decencia y desean el hacer dicha capilla a la parte baxa alinte a la muralla y caba de dicha ciudad y que la dicha ciudad les de facultad para hazer y fabricar la dicha capilla", Iglesia que muchos hemos conocido y que por desgracia desapareció en el siglo pasado.

Retablo de Santa Barbara
Fue autorizada la realización de dicha capilla previo informe de los maestros albañiles Esteban de Echeverría y Pedro de Aguirre, quienes lo hicieron favorablemente porque el sitio elegido "no se embaraza para la comunicación y correspondencia de los vecinos de esta ciudad ni para que pasen con sus carros y cabalgaduras", la obra comenzó enseguida pero solo en una primera etapa ya que cincuenta y nueve años después salió a subasta la ampliación de la "Basílica del Señor San Juan",  Prudencio Garbayo ofreció hacerla por 1.770 reales pero se lo enmendó Miguel de Argos que lo rebajo en 1.690 reales, a lo largo de los años se hicieron remodelaciones pero la ermita desde el punto de vista arquitectónico carecía de interés. 

Se hicieron  bóvedas de media arista, la mesa del altar, asentar el retablo, retejar, etc., la cofradía tenia un libro de cuentas en el cual se reflejan cosas curiosas como que el Mayordomo de dicha cofradía el 15 de Junio de 1765 "puso un cuadro encima de la puerta de la ermita que le costo dos misas", el 6 de Marzo de 1769 se pago a Miguel Asiain "dos pesos fuertes por hacer una tarima para el altar mayor y otra para donde se reviste el sacerdote en la sacristía". También constaba una relación de ornamentos y alhajas de la basílica, se hace mención de "dos cuadros grandes, uno de la Purísima y otro de Nuestra señora, una imagen de San Juan, además de la que esta en el altar y una imagen de Cristo crucificado". En 1780 Juan José Arigita cobró 38 reales y  maravedíes por una crizalera nueva y poco después D. Gaudosio de Sesma entrego  reales para que su hijo entrara en la cofradía.

Libro de la Cofradía - 1765
En 1862 se realizaron diversas obras por parte del carpintero Ramón Salcedo, el albañil Mariano Garcia y el cerrajero Eugenio Escudero, consta también, que ese mismo año, en concreto el 9 de Junio se reunió la Junta de Gobierno por "hallándose el frontispicio de dicha basílica sin santo en su urna y ser necesario uno para adorno del frontis, se mandó hacer uno bueno", para ello se contactó con Mariano Gil, cobra "el 6 de Agosto 34 reales por la composición que hizo del santo y 282 reales el 2 de Septiembre por arreglar el nicho del frontis y colocar el santo que hizo".

El retablo principal de estilo churrigueresco y dedicado al patrón de la cofradía, está hecho en el año 1673 por Sebastian de Sola y Calahorra, de gran parecido al retablo de la parroquia del Rosario pero con menos esmero y elegancia, los lienzos laterales de San Diego y San Julian son de finales del siglo XVI. Había otro retablo dedicado a San Vicente de finales del siglo XVII y otro dedicado a Santa Barbara procedente de la antigua ermita de la santa, ya desaparecida y realizado por Diego Pérez de Bidangoz y Enciso y pintado por Celedonio Pérez del Castillo en 1615, siendo uno de los mas antiguos de Corella. Mención especial merecen dos tablas del siglo XVI restauradas por D. José Luis de Arrese y que están en su casa museo, una llamada "Los cinco Santos" y otra llamada "La Magdalena" que probablemente procedieran de la ermita de Santa Barbara.

Estatutos Cofradía
"En la ciudad de Corella a ocho días del mes de abril del año 1765 y dentro de la basílica del glorioso San Juan Bautista de Barrio Berde se congregaron y juntaron como lo hicieron de costumbre los cofrades de la hermandad de dicho santo y en ellos los señores Antonio Lázaro y Pedrosa en este año Alcalde de dicha hermandad", a continuación en dicho documento aparece la relación de mayordomos y demás cofrades "y todos hermanos de dicha cofradía a causa de hacerlos Capítulos y condiciones que se deberán observar en adelante en dicha hermandad por contemplar las antiguas bastante pesadas y por tanto no observadas en todo, por muchas resoluciones contrarias a ellos en los autos posteriores, los quales hermanos determinaron unánimes y conformes se hicieron en la forma siguiente"

Desde 1765 hasta 1876 queda constancia anualmente de lo realizado por la cofradía y de las cuentas.

Se hace constar en este documento de 1765 que "el libro antiguo de la cofradía de San Juan Bautista se halla en el archivo de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y empieza desde el día 2 del mes de Diciembre del año 1692"

Partes que consta el libro
Los que somos del Barrio Verde y tenemos unos cuantos años, recordamos la vieja ermita semi destruida y abandonada, construida por piedra y adobe que parecía resistir el paso del tiempo, aunque ya se notaban los signos de los años, siempre hemos llamado San Juan al lugar donde se ubicaba dicha iglesia, la sombra del olvido. Cada ladrillo fue colocado con amor y devoción, ya que en su interior se guardaban secretos de fe y esperanza, la humilde ventana central, a modo de vitral con colores desgastados, aunque algo opaca por el polvo del tiempo, aun dejaba pasar la luz del sol iluminando el altar y creando una atmosfera mágica en su interior.

Suplicatorio
La cofradía el 5 de Junio de 1822 solicita al Gobernador provisional y Vicario general del Obispado de Tarazona "exponer en el día de su festividad  el Santísimo Sacramento, que se suprimieron por decreto del  de Mayo de 1821, suplica se sirva conceder licencia y facultad necesaria para en adelante pueda esta cofradía ser expuesto el Santísimo Sacramento", lo firma Francisco de Sales Virto de Vera y Sesma. El obispado de Tarazona responde el 19 de Junio de 1822 que "en base a lo expuesto  por la cofradía de San Juan Bautista de la ciudad de Corella, damos nuestro permiso para que por este año tan solamente continúe exponiendo el Santísimo sacramento en la función que anteriormente acostumbraban a celebrar".

La historia de la cofradía de San Juan Bautista refleja no solo la devoción religiosa, sino también un sentido de comunidad y apoyo mutuo entre los feligreses. La cobranza del trigo y la distribución entre los hermanos muestra como la fe y la vida cotidiana estaban entrelazadas.

Listado de hermanos
Queda constancia mediante un libro datado en 1889, de la relación de cofrades en la que se refleja la Lista de hermanos de San Juan Bautista para la cobranza del trigo, unas veces a 8 almudes y otras veces a 12 almudes por lo que es de suponer que además del fervor religioso existía una mutualidad para la distribución del trigo entre sus feligreses; en este libro se manifiesta ese listado hasta 1924 y queda una brecha hasta que en 1959 continua con el Reglamento de la Cofradía de San Juan Bautista, en la que se expone quien es el Alcalde de la Cofradía, sus Mayordomos, los de Junta, Ayudantes de los Mayordomos y Quienes van a portar al Santo. Otro apartado es para los gastos de la cofradía en la que se enuncian una lista de los mismos, Misa y Sermón 175 pesetas, Bombas y Cohetes 168 pesetas, piñones 30 pesetas, 1 kilo de velas 96 pesetas, 10 músicos 850 pesetas, Izal el del órgano 80 pesetas.

Desde 1957 hasta 1970 aparece como secretario de la cofradía Víctor Bienzobas, en la que es la ultima relación de alcalde, mayordomos, de junta y para llevar el santo. En la casa adyacente a la ermita siempre han vivido los Sanjuaneros, Pablo Alfaro y posteriormente su hijo Faustino Alfaro eran los encargados de la custodia y mantenimiento de la Ermita de San Juan.

Anotación Libro de la Cofradía de 1692
Cada año, durante la festividad de San Juan, la ciudad se llenaba de vida, las gentes decoraban la iglesia con flores frescas y preparaban un banquete en la plaza. Los niños corrían por los pasillos, riendo y jugando, mientras los ancianos compartían historias sobre cómo la iglesia había sido un regalo para el barrio y la ciudad. Con el paso de los años, la iglesia fue cayendo en el olvido, la iglesia aunque cerrada, permanecía como un vestigio del pasado, con su campanario silenciado y las puertas cerradas con llave, las imágenes de los santos, aunque descoloridas, mantenían una serenidad que llenaba el espacio. La plaza era punto de encuentro de vecinos, los hombres con boinas y chaquetas gastadas alborotaban, mientras las mujeres ataviadas con mantillas negras hablaban en voz baja.

Dos peligros se ciernen sobre los campos a medida que avanza la primavera: las heladas de la segunda mitad de abril y la parquedad de lluvias. Aquéllas pueden malograr en una madrugada viñas, frutales y hortaliza. La sequía puede tener consecuencias más catastróficas para la cosecha cerealista, el viñedo y el olivar, e incluso para la ganadería. En una economía exclusivamente agropecuaria, tales desgracias acarreaban el hundimiento de numerosas familias, la penuria, el hambre y la mendicidad, cuando no la muerte. Frente al peligro vital, el hombre multiplicó preces y ceremonias, implorando la protección del cielo.

Libro Cofradía
El 24 de junio, Corella se envuelve en un manto de llamas y fervor. La ancestral tradición de celebrar el solsticio de verano se fusiona con la devoción cristiana, creando una noche mágica donde lo sagrado y lo profano se entrelazan. Las hogueras, vestigio de antiguos rituales celtas, se alzan como faros en la oscuridad, purificando el alma y renovando la esperanza. El crepitar de las llamas, el aroma a madera quemada y el bullicio de la multitud pintan un cuadro de celebración y comunidad, donde el tiempo parece detenerse.

La noche y el amanecer se consagran a San Juan, una figura que encarna la unión entre lo celestial y lo terrenal. Su figura, símbolo de la cristiandad, se entrelaza con la ancestral veneración al sol, astro que preside esta celebración. La noche de San Juan es un crisol de tradiciones, donde las hogueras, herederas de antiguos rituales paganos, se alzan como faros en la oscuridad. En ellas, los hombres y mujeres depositan sus miedos y anhelos, purificándose en el fuego y renovando sus esperanzas. El crepitar de las llamas, el olor a madera quemada y el murmullo de la multitud crean una atmósfera mágica en una danza ancestral.

Libro Cofradía
Yo la he conocido en ruinas, pero cuentan los mayores que existían celebraciones que llenaban de vida nuestra plaza. En aquellos tiempos, antes de que la razón lo eclipsara todo, los agricultores, con rostros curtidos por el sol y manos endurecidas por el trabajo, acudían el 3 de mayo a bendecir sus "Samantas de Lombardía". Estos álamos negros, elegidos por su resistencia y su sombra protectora, eran para ellos mucho más que simples árboles. Eran la esperanza de una buena cosecha, un escudo contra las temibles "pedreas" que podían arruinar sus esfuerzos de todo un año. La Plaza de San Juan se convertía en un hervidero de fe y superstición. Los hombres, con los brazos en alto, elevaban sus "samantas" mientras el cura, con gesto solemne, las rociaba con agua bendita. Era un ritual que unía cielo y tierra, pasado y presente, y que reforzaba los lazos de la comunidad. Aunque hoy en día estas prácticas han perdido parte de su fuerza, los mayores aún recuerdan con nostalgia aquellos tiempos en los que la naturaleza y la religión se entrelazaban de manera tan íntima.

Junio, con su manto de luz dorada, envuelve a Corella en un ambiente de serena expectativa. El solsticio de verano ha llegado, anunciando el apogeo del sol y la exuberancia de la naturaleza. Los pajarillos entonan sus melodías más alegres, mientras las nubes se disipan como velos de algodón. Para nosotros los Corellanos, este es el momento de abrir las puertas de nuestra pequeña ermita, un rincón de paz y devoción. Allí, con esmero y cariño, vestimos a nuestro Sanjuanillo con sus mejores galas: un paño blanco, bordado con delicados encajes de bolillos, lo envuelve en un halo de pureza. Sobre el altar, reluce un gran rosco de mazapán, bañado en una fina capa de azúcar que cruje bajo la luz de las velas. Adornado con bolitas de colores, el rosco es una ofrenda dulce y colorida, un símbolo de la abundancia y la alegría que esperamos recibir en este nuevo ciclo.

Razón de hermanos
Conforme el sol se despide tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras, las calles de nuestro pueblo se visten de gala. El barrio de San Juan, epicentro de la celebración, bulle de vida. Adornos multicolores, desde farolillos de papel hasta guirnaldas de flores, cuelgan de balcones y ventanas, creando un arco iris luminoso que ilumina las fachadas. El aroma a jazmín y a bizcocho recién horneado se mezcla con el alegre tintineo de las campanas, anunciando la llegada de la noche más mágica del año. La gente, ataviada con sus mejores galas y portando farolillos de papel, se reúne en las plazas y las calles, contagiando su entusiasmo a los más pequeños. El ambiente es festivo, cargado de expectación, y se respira la alegría de una tradición que se transmite de generación en generación.

En el tejado de la pequeña ermita, la campanilla Sanjuanera, bautizada así en honor a nuestro santo patrón, entona un alegre tintineo que resuena por todo el barrio. Su sonido, como una invitación a la fiesta, se mezcla con las risas y las voces de los vecinos que, en los graneros y veraniles cercanos, dan vida a nuestras queridas juangueringas. Estos espacios, transformados en talleres improvisados, bullen de actividad. El olor a paja fresca y a pintura se entremezcla con el aroma de los dulces que las mujeres hornean para la ocasión. Niños y mayores, con los rostros manchados de serrín y las manos llenas de paja, trabajan en equipo, compartiendo historias y anécdotas. Cada juangueringa es una obra de arte única, un reflejo de la personalidad de su creador y un símbolo de la unión de la comunidad.

Los cinco Santos
Es la ilusión de la creación en secreto de muñecos grotescos rellenos de paja, un ritual que une a vecinos de todas las edades. En los talleres improvisados, el aire se llena del rumor de las tijeras, el crujido de la paja y las risas de los niños. Cada juangueringa es una obra de arte única, fruto de la imaginación y la destreza de sus creadores. Con ojos y narices de botones y bocas cosidas con hilo, estos muñecos cobran vida, encarnando desde personajes históricos hasta vecinos del pueblo. Vestidos con ropas rescatadas de los baúles, adornados con sombreros extravagantes y caretas grotescas, las juangueringas son un reflejo de la vida cotidiana y de los sueños y pesadillas de quienes las crean. Cada puntada, cada relleno de paja, es una muestra de cariño y dedicación, un homenaje a la tradición y a la comunidad.

Una vez terminadas, nuestras juangueringas se convierten en las reinas de la fiesta. Colgadas de fuertes cuerdas que se anclan a los balcones, se balancean al viento como extraños frutos de un árbol imaginario. Sus colores vibrantes, desde el rojo intenso de un payaso hasta el verde opaco de un ogro, contrastan con el azul del cielo. La gente se detiene a admirarlas, sus ojos recorren cada detalle, desde los botones que sirven de ojos hasta los zapatos desgastados que cuelgan de sus pies. Los niños las señalan con dedos emocionados, mientras los adultos comparten anécdotas y risas. Las juangueringas son el centro de todas las miradas, un testimonio del ingenio y la creatividad de nuestra comunidad.

La Magdalena
Las vecinas, con sus delantales bordados y el cabello recogido en moños, se apresuran a embellecer las calles. Armadas con escobas de esparto y cubos de agua, barren con energía, levantando pequeñas nubes de polvo que se disipan rápidamente bajo el sol. El sonido rítmico de las escobas se entremezcla con el murmullo de sus conversaciones, creando una melodía que llena el aire de alegría. Cada una se encarga de su tramo de calle, rociando el suelo con agua fresca que sacan a palmadas de un cubo sujeto a la cintura. El aroma a tierra mojada y a jazmín se mezcla con el olor a jabón, creando una fragancia limpia y refrescante que envuelve el barrio.

A las seis en punto, las campanas de la iglesia anuncian el inicio de la procesión. Sanjuanillo, resplandeciente en sus mejores galas, es llevado en andas adornadas con flores de vivos colores. El peso de la imagen, sostenido por los devotos cofrades, parece ligero ante la fe que los mueve. Detrás, el mayordomo, con su vara rematada en una cruz, encabeza la comitiva, seguido por el alcalde y el cura, cuya figura se destaca entre la multitud. La banda de música, con sus instrumentos dorados, interpreta melodías que conmueven el alma. El sonido de la música se mezcla con el aroma del incienso y las flores, mientras los fieles, con velas encendidas en las manos, entonan antiguas letanías. Los niños, con ojos llenos de asombro, observan a Sanjuanillo, mientras las mujeres, con pañuelos blancos en la cabeza, rezan con fervor. La procesión se convierte en un río de luz y color que serpentea por las calles, dejando a su paso un rastro de emoción y esperanza.

San Juanillo
"Esta pequeña imagen es la que estaba en la hornacina exterior de su ermita, el corderillo esta recostado porque le faltan las patas, originalmente estaba de pie junto a la imagen"

La hoguera, un corazón de fuego que late en el centro de la plaza, exige una atención constante. Con horcas y ramas, los jóvenes atizan las llamas, alimentando el fuego con troncos secos. El calor es intenso, una ola que envuelve a todos los presentes. El crepitar de las llamas y el chisporroteo de la madera crean una sinfonía hipnótica que se mezcla con el ritmo de la música. Uno a uno, los valientes se lanzan sobre las llamas, llevando consigo sus miedos y deseos. Al aterrizar al otro lado, sienten un renovado vigor, como si el fuego hubiera purificado su alma. Mientras la hoguera se consume lentamente, dejando tras de sí un lecho de brasas incandescentes, la gente se reúne en grupos, compartiendo historias y risas. Los más jóvenes continúan saltando y jugando, mientras los mayores contemplan las llamas con una mirada pensativa. La noche avanza, pero el espíritu de la fiesta permanece vivo en el corazón de cada uno.

Juangueringas
El sol comienza a asomar por el horizonte, bañando las calles con su cálida luz. Es 24 de junio, la festividad de San Juan, y el pueblo despierta con una alegría contagiosa. Los balcones, adornados con ramas de cerezo en flor, desprenden un dulce aroma que se mezcla con el olor a chocolate y churros recién hechos. En las plazas y las calles, grandes mesas repletas de manjares invitan a sentarse y disfrutar. Jarras humeantes de chocolate, fuentes de churros crujientes, perillas de San Juan y mantecosas recién salidas del horno tientan a los paladares. Los vecinos, ataviados con sus mejores galas, se reúnen alrededor de las mesas, compartiendo risas y anécdotas. Para la bendición de ramos en la  ermita de San Juanillo de Corella, los niños llevan ramas delgadas y altas, hasta de dos metros, de lombardías, puestas en las fincas se tenía mucha fe en que estos ramos libraban de pedreas. Las rondallas, con sus guitarras y bandurrias, amenizan el desayuno con melodías populares. El ambiente es festivo y acogedor, una muestra de la unión y la solidaridad de la comunidad. Mientras tanto, las juangueringas, colgadas de los balcones, parecen vigilar la celebración, listas para tomar parte en los juegos y las bromas que se sucederán a lo largo del día.

San Juanillo
"Esta imagen es la que sale en procesión en su celebración y se encuentra en la Parroquia de Ntra. Sra. del Rosario, en la capilla de la Virgen del Villar, su vestimenta llama la atención, por su originalidad."

El final se acerca, las juangueringas, convertidas en marionetas gigantes, son zarandeadas con fuerza por los jóvenes, que las hacen girar y saltar en el aire. El crujido de la paja, el rasgado de la tela y el choque contra las paredes crean una sinfonía caótica que llena el aire de emoción. Con cada sacudida, las juangueringas van revelando sus entrañas: montones de paja revueltos, retazos de tela y objetos extraños. La gente observa con una mezcla de asombro y tristeza cómo estas criaturas grotescas, que tanto les han hecho reír, se desintegran poco a poco. La destrucción de las juangueringas simboliza el fin de un ciclo, pero también el inicio de otro. Al igual que las estaciones, la vida sigue su curso, y con ella, la tradición de crear y destruir estas figuras efímeras.

El día declina, pintando el cielo con tonalidades de naranja y púrpura. Con la puesta de sol, se cierra un ciclo y se abre otro. Las juangueringas, convertidas en simples montones de paja y trapos, son un recordatorio de que la vida, como las fiestas, es efímera. Pero también son una promesa de renovación, un anticipo de las risas y la alegría que volverán a llenar las calles el próximo año. Con la ilusión de niños y la sabiduría de los mayores, los vecinos ya piensan en las nuevas creaciones que darán vida a las próximas fiestas de San Juan. Cada juangueringa es una semilla que se planta en la imaginación, esperando florecer en una nueva obra de arte.

La ermita fue cayendo en desuso por su mal estado, se obtuvo alguna subvención para repararla, pero ni así ni con otros parches parecidos se pudo salvar un edificio cuyo mal de origen fue su deficiente construcción.
Proyecto Iglesia de San Juan
A modo de anécdota, D. José Luis de Arrese hizo un proyecto para una nueva Iglesia de San Juan que albergara el retablo actual de la ermita y sirviera de sede a la cofradía de San Juan.
Junto a la ermita se construyo un hospital en 1.710 pero desapareció en 1.842 cuando al exclaustrar las ordenes religiosas se aprovecho para este fin el Convento del Carmen.

Cada pueblo tiene su propia historia y cada persona su propio camino, y así la historia de nuestro pueblo y sus gentes seguirá escribiéndose con cada nuevo día, con cada nueva vida y con cada nuevo sueño.