viernes, 20 de junio de 2025

Ermita de San Juanillo de Corella, la Iglesia del olvido

Iglesia de San Juanillo
Iglesia de San Juanillo

Las iglesias antiguas en los pueblos suelen ser testigos silenciosos de la historia y de la tradición de la comunidad. Con sus paredes de piedra desgastadas por el tiempo y sus campanarios que repican al viento, estas construcciones sagradas nos transportan a épocas pasadas llenas de fe y devoción. Cada rincón de una iglesia antigua cuenta una historia, desde los frescos en el techo hasta los bancos de madera gastados por generaciones de fieles. Es un lugar donde el pasado se entrelaza con el presente, recordándonos la importancia de la espiritualidad y la conexión con nuestras raíces.

Una pequeña y modesta ermita existía junto a los "tajos o fosos" nuestra ciudad dedicada a San Juan, sus muros de piedra y adobe, desgastados por el paso del tiempo, contaban historias de generaciones pasadas, no tenia torre, pero si una espadaña que se alzaba orgullosa hacia el cielo, tenía una campana que resonaba cada domingo con un tintineo especial, cargante como ella sola, llamando a los fieles a reunirse. Esta ermita estaba adosada a la pared de la ultima casa del Barrio Verde y lindaba por el otro lado con la calle del Hospital Viejo, junto a ella la casa de los "SanJuaneros". Finales del siglo XVIII era una época gloriosa para el arte de la ciudad de Corella, en la cual se fueron levantando obras tan importantes como el Convento Benedictino, la Iglesia de Araceli, los retablos de la Iglesia del Rosario etc. 

Retablo Mayor
La iglesia había sido el corazón del barrio durante siglos, había sido testigo de bodas, celebraciones y despedidas, y su campana, que antaño sonaba con fuerza a cada hora, había dejado de resonar hacía ya muchos años. Nadie sabía con exactitud cuándo ocurrió, pero un día, sin previo aviso, la campana de su espadaña dejó de sonar y la puerta principal, que siempre estaba abierta, quedó cerrada para siempre. Los habitantes del pueblo y sobre todo del barrio se acostumbraron rápidamente a la quietud. Muchos de los más viejos recordaban los días de antaño, cuando el lugar estaba lleno de vida. Sin embargo, con el paso del tiempo, la gente se fue acostumbrando a su inexistencia.

Allá por 1750, los vecinos quisieron construir una iglesia que diera prestancia a su querido patrón, y para ello pidieron permiso a las autoridades locales para edificar la Ermita, dicen que "la capilla del glorioso San Juan que está en lo ultimo de dicha calle, está con poca decencia y desean el hacer dicha capilla a la parte baxa alinte a la muralla y caba de dicha ciudad y que la dicha ciudad les de facultad para hazer y fabricar la dicha capilla", Iglesia que muchos hemos conocido y que por desgracia desapareció en el siglo pasado.

Retablo de Santa Barbara
Fue autorizada la realización de dicha capilla previo informe de los maestros albañiles Esteban de Echeverría y Pedro de Aguirre, quienes lo hicieron favorablemente porque el sitio elegido "no se embaraza para la comunicación y correspondencia de los vecinos de esta ciudad ni para que pasen con sus carros y cabalgaduras", la obra comenzó enseguida pero solo en una primera etapa ya que cincuenta y nueve años después salió a subasta la ampliación de la "Basílica del Señor San Juan",  Prudencio Garbayo ofreció hacerla por 1.770 reales pero se lo enmendó Miguel de Argos que lo rebajo en 1.690 reales, a lo largo de los años se hicieron remodelaciones pero la ermita desde el punto de vista arquitectónico carecía de interés. 

Se hicieron  bóvedas de media arista, la mesa del altar, asentar el retablo, retejar, etc., la cofradía tenia un libro de cuentas en el cual se reflejan cosas curiosas como que el Mayordomo de dicha cofradía el 15 de Junio de 1765 "puso un cuadro encima de la puerta de la ermita que le costo dos misas", el 6 de Marzo de 1769 se pago a Miguel Asiain "dos pesos fuertes por hacer una tarima para el altar mayor y otra para donde se reviste el sacerdote en la sacristía". También constaba una relación de ornamentos y alhajas de la basílica, se hace mención de "dos cuadros grandes, uno de la Purísima y otro de Nuestra señora, una imagen de San Juan, además de la que esta en el altar y una imagen de Cristo crucificado". En 1780 Juan José Arigita cobró 38 reales y  maravedíes por una crizalera nueva y poco después D. Gaudosio de Sesma entrego  reales para que su hijo entrara en la cofradía.

Libro de la Cofradía - 1765
En 1862 se realizaron diversas obras por parte del carpintero Ramón Salcedo, el albañil Mariano Garcia y el cerrajero Eugenio Escudero, consta también, que ese mismo año, en concreto el 9 de Junio se reunió la Junta de Gobierno por "hallándose el frontispicio de dicha basílica sin santo en su urna y ser necesario uno para adorno del frontis, se mandó hacer uno bueno", para ello se contactó con Mariano Gil, cobra "el 6 de Agosto 34 reales por la composición que hizo del santo y 282 reales el 2 de Septiembre por arreglar el nicho del frontis y colocar el santo que hizo".

El retablo principal de estilo churrigueresco y dedicado al patrón de la cofradía, está hecho en el año 1673 por Sebastian de Sola y Calahorra, de gran parecido al retablo de la parroquia del Rosario pero con menos esmero y elegancia, los lienzos laterales de San Diego y San Julian son de finales del siglo XVI. Había otro retablo dedicado a San Vicente de finales del siglo XVII y otro dedicado a Santa Barbara procedente de la antigua ermita de la santa, ya desaparecida y realizado por Diego Pérez de Bidangoz y Enciso y pintado por Celedonio Pérez del Castillo en 1615, siendo uno de los mas antiguos de Corella. Mención especial merecen dos tablas del siglo XVI restauradas por D. José Luis de Arrese y que están en su casa museo, una llamada "Los cinco Santos" y otra llamada "La Magdalena" que probablemente procedieran de la ermita de Santa Barbara.

Estatutos Cofradía
"En la ciudad de Corella a ocho días del mes de abril del año 1765 y dentro de la basílica del glorioso San Juan Bautista de Barrio Berde se congregaron y juntaron como lo hicieron de costumbre los cofrades de la hermandad de dicho santo y en ellos los señores Antonio Lázaro y Pedrosa en este año Alcalde de dicha hermandad", a continuación en dicho documento aparece la relación de mayordomos y demás cofrades "y todos hermanos de dicha cofradía a causa de hacerlos Capítulos y condiciones que se deberán observar en adelante en dicha hermandad por contemplar las antiguas bastante pesadas y por tanto no observadas en todo, por muchas resoluciones contrarias a ellos en los autos posteriores, los quales hermanos determinaron unánimes y conformes se hicieron en la forma siguiente"

Desde 1765 hasta 1876 queda constancia anualmente de lo realizado por la cofradía y de las cuentas.

Se hace constar en este documento de 1765 que "el libro antiguo de la cofradía de San Juan Bautista se halla en el archivo de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y empieza desde el día 2 del mes de Diciembre del año 1692"

Partes que consta el libro
Los que somos del Barrio Verde y tenemos unos cuantos años, recordamos la vieja ermita semi destruida y abandonada, construida por piedra y adobe que parecía resistir el paso del tiempo, aunque ya se notaban los signos de los años, siempre hemos llamado San Juan al lugar donde se ubicaba dicha iglesia, la sombra del olvido. Cada ladrillo fue colocado con amor y devoción, ya que en su interior se guardaban secretos de fe y esperanza, la humilde ventana central, a modo de vitral con colores desgastados, aunque algo opaca por el polvo del tiempo, aun dejaba pasar la luz del sol iluminando el altar y creando una atmosfera mágica en su interior.

Suplicatorio
La cofradía el 5 de Junio de 1822 solicita al Gobernador provisional y Vicario general del Obispado de Tarazona "exponer en el día de su festividad  el Santísimo Sacramento, que se suprimieron por decreto del  de Mayo de 1821, suplica se sirva conceder licencia y facultad necesaria para en adelante pueda esta cofradía ser expuesto el Santísimo Sacramento", lo firma Francisco de Sales Virto de Vera y Sesma. El obispado de Tarazona responde el 19 de Junio de 1822 que "en base a lo expuesto  por la cofradía de San Juan Bautista de la ciudad de Corella, damos nuestro permiso para que por este año tan solamente continúe exponiendo el Santísimo sacramento en la función que anteriormente acostumbraban a celebrar".

La historia de la cofradía de San Juan Bautista refleja no solo la devoción religiosa, sino también un sentido de comunidad y apoyo mutuo entre los feligreses. La cobranza del trigo y la distribución entre los hermanos muestra como la fe y la vida cotidiana estaban entrelazadas.

Listado de hermanos
Queda constancia mediante un libro datado en 1889, de la relación de cofrades en la que se refleja la Lista de hermanos de San Juan Bautista para la cobranza del trigo, unas veces a 8 almudes y otras veces a 12 almudes por lo que es de suponer que además del fervor religioso existía una mutualidad para la distribución del trigo entre sus feligreses; en este libro se manifiesta ese listado hasta 1924 y queda una brecha hasta que en 1959 continua con el Reglamento de la Cofradía de San Juan Bautista, en la que se expone quien es el Alcalde de la Cofradía, sus Mayordomos, los de Junta, Ayudantes de los Mayordomos y Quienes van a portar al Santo. Otro apartado es para los gastos de la cofradía en la que se enuncian una lista de los mismos, Misa y Sermón 175 pesetas, Bombas y Cohetes 168 pesetas, piñones 30 pesetas, 1 kilo de velas 96 pesetas, 10 músicos 850 pesetas, Izal el del órgano 80 pesetas.

Desde 1957 hasta 1970 aparece como secretario de la cofradía Víctor Bienzobas, en la que es la ultima relación de alcalde, mayordomos, de junta y para llevar el santo. En la casa adyacente a la ermita siempre han vivido los Sanjuaneros, Pablo Alfaro y posteriormente su hijo Faustino Alfaro eran los encargados de la custodia y mantenimiento de la Ermita de San Juan.

Anotación Libro de la Cofradía de 1692
Cada año, durante la festividad de San Juan, la ciudad se llenaba de vida, las gentes decoraban la iglesia con flores frescas y preparaban un banquete en la plaza. Los niños corrían por los pasillos, riendo y jugando, mientras los ancianos compartían historias sobre cómo la iglesia había sido un regalo para el barrio y la ciudad. Con el paso de los años, la iglesia fue cayendo en el olvido, la iglesia aunque cerrada, permanecía como un vestigio del pasado, con su campanario silenciado y las puertas cerradas con llave, las imágenes de los santos, aunque descoloridas, mantenían una serenidad que llenaba el espacio. La plaza era punto de encuentro de vecinos, los hombres con boinas y chaquetas gastadas alborotaban, mientras las mujeres ataviadas con mantillas negras hablaban en voz baja.

Dos peligros se ciernen sobre los campos a medida que avanza la primavera: las heladas de la segunda mitad de abril y la parquedad de lluvias. Aquéllas pueden malograr en una madrugada viñas, frutales y hortaliza. La sequía puede tener consecuencias más catastróficas para la cosecha cerealista, el viñedo y el olivar, e incluso para la ganadería. En una economía exclusivamente agropecuaria, tales desgracias acarreaban el hundimiento de numerosas familias, la penuria, el hambre y la mendicidad, cuando no la muerte. Frente al peligro vital, el hombre multiplicó preces y ceremonias, implorando la protección del cielo.

Libro Cofradía
El 24 de junio, Corella se envuelve en un manto de llamas y fervor. La ancestral tradición de celebrar el solsticio de verano se fusiona con la devoción cristiana, creando una noche mágica donde lo sagrado y lo profano se entrelazan. Las hogueras, vestigio de antiguos rituales celtas, se alzan como faros en la oscuridad, purificando el alma y renovando la esperanza. El crepitar de las llamas, el aroma a madera quemada y el bullicio de la multitud pintan un cuadro de celebración y comunidad, donde el tiempo parece detenerse.

La noche y el amanecer se consagran a San Juan, una figura que encarna la unión entre lo celestial y lo terrenal. Su figura, símbolo de la cristiandad, se entrelaza con la ancestral veneración al sol, astro que preside esta celebración. La noche de San Juan es un crisol de tradiciones, donde las hogueras, herederas de antiguos rituales paganos, se alzan como faros en la oscuridad. En ellas, los hombres y mujeres depositan sus miedos y anhelos, purificándose en el fuego y renovando sus esperanzas. El crepitar de las llamas, el olor a madera quemada y el murmullo de la multitud crean una atmósfera mágica en una danza ancestral.

Libro Cofradía
Yo la he conocido en ruinas, pero cuentan los mayores que existían celebraciones que llenaban de vida nuestra plaza. En aquellos tiempos, antes de que la razón lo eclipsara todo, los agricultores, con rostros curtidos por el sol y manos endurecidas por el trabajo, acudían el 3 de mayo a bendecir sus "Samantas de Lombardía". Estos álamos negros, elegidos por su resistencia y su sombra protectora, eran para ellos mucho más que simples árboles. Eran la esperanza de una buena cosecha, un escudo contra las temibles "pedreas" que podían arruinar sus esfuerzos de todo un año. La Plaza de San Juan se convertía en un hervidero de fe y superstición. Los hombres, con los brazos en alto, elevaban sus "samantas" mientras el cura, con gesto solemne, las rociaba con agua bendita. Era un ritual que unía cielo y tierra, pasado y presente, y que reforzaba los lazos de la comunidad. Aunque hoy en día estas prácticas han perdido parte de su fuerza, los mayores aún recuerdan con nostalgia aquellos tiempos en los que la naturaleza y la religión se entrelazaban de manera tan íntima.

Junio, con su manto de luz dorada, envuelve a Corella en un ambiente de serena expectativa. El solsticio de verano ha llegado, anunciando el apogeo del sol y la exuberancia de la naturaleza. Los pajarillos entonan sus melodías más alegres, mientras las nubes se disipan como velos de algodón. Para nosotros los Corellanos, este es el momento de abrir las puertas de nuestra pequeña ermita, un rincón de paz y devoción. Allí, con esmero y cariño, vestimos a nuestro Sanjuanillo con sus mejores galas: un paño blanco, bordado con delicados encajes de bolillos, lo envuelve en un halo de pureza. Sobre el altar, reluce un gran rosco de mazapán, bañado en una fina capa de azúcar que cruje bajo la luz de las velas. Adornado con bolitas de colores, el rosco es una ofrenda dulce y colorida, un símbolo de la abundancia y la alegría que esperamos recibir en este nuevo ciclo.

Razón de hermanos
Conforme el sol se despide tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras, las calles de nuestro pueblo se visten de gala. El barrio de San Juan, epicentro de la celebración, bulle de vida. Adornos multicolores, desde farolillos de papel hasta guirnaldas de flores, cuelgan de balcones y ventanas, creando un arco iris luminoso que ilumina las fachadas. El aroma a jazmín y a bizcocho recién horneado se mezcla con el alegre tintineo de las campanas, anunciando la llegada de la noche más mágica del año. La gente, ataviada con sus mejores galas y portando farolillos de papel, se reúne en las plazas y las calles, contagiando su entusiasmo a los más pequeños. El ambiente es festivo, cargado de expectación, y se respira la alegría de una tradición que se transmite de generación en generación.

En el tejado de la pequeña ermita, la campanilla Sanjuanera, bautizada así en honor a nuestro santo patrón, entona un alegre tintineo que resuena por todo el barrio. Su sonido, como una invitación a la fiesta, se mezcla con las risas y las voces de los vecinos que, en los graneros y veraniles cercanos, dan vida a nuestras queridas juangueringas. Estos espacios, transformados en talleres improvisados, bullen de actividad. El olor a paja fresca y a pintura se entremezcla con el aroma de los dulces que las mujeres hornean para la ocasión. Niños y mayores, con los rostros manchados de serrín y las manos llenas de paja, trabajan en equipo, compartiendo historias y anécdotas. Cada juangueringa es una obra de arte única, un reflejo de la personalidad de su creador y un símbolo de la unión de la comunidad.

Los cinco Santos
Es la ilusión de la creación en secreto de muñecos grotescos rellenos de paja, un ritual que une a vecinos de todas las edades. En los talleres improvisados, el aire se llena del rumor de las tijeras, el crujido de la paja y las risas de los niños. Cada juangueringa es una obra de arte única, fruto de la imaginación y la destreza de sus creadores. Con ojos y narices de botones y bocas cosidas con hilo, estos muñecos cobran vida, encarnando desde personajes históricos hasta vecinos del pueblo. Vestidos con ropas rescatadas de los baúles, adornados con sombreros extravagantes y caretas grotescas, las juangueringas son un reflejo de la vida cotidiana y de los sueños y pesadillas de quienes las crean. Cada puntada, cada relleno de paja, es una muestra de cariño y dedicación, un homenaje a la tradición y a la comunidad.

Una vez terminadas, nuestras juangueringas se convierten en las reinas de la fiesta. Colgadas de fuertes cuerdas que se anclan a los balcones, se balancean al viento como extraños frutos de un árbol imaginario. Sus colores vibrantes, desde el rojo intenso de un payaso hasta el verde opaco de un ogro, contrastan con el azul del cielo. La gente se detiene a admirarlas, sus ojos recorren cada detalle, desde los botones que sirven de ojos hasta los zapatos desgastados que cuelgan de sus pies. Los niños las señalan con dedos emocionados, mientras los adultos comparten anécdotas y risas. Las juangueringas son el centro de todas las miradas, un testimonio del ingenio y la creatividad de nuestra comunidad.

La Magdalena
Las vecinas, con sus delantales bordados y el cabello recogido en moños, se apresuran a embellecer las calles. Armadas con escobas de esparto y cubos de agua, barren con energía, levantando pequeñas nubes de polvo que se disipan rápidamente bajo el sol. El sonido rítmico de las escobas se entremezcla con el murmullo de sus conversaciones, creando una melodía que llena el aire de alegría. Cada una se encarga de su tramo de calle, rociando el suelo con agua fresca que sacan a palmadas de un cubo sujeto a la cintura. El aroma a tierra mojada y a jazmín se mezcla con el olor a jabón, creando una fragancia limpia y refrescante que envuelve el barrio.

A las seis en punto, las campanas de la iglesia anuncian el inicio de la procesión. Sanjuanillo, resplandeciente en sus mejores galas, es llevado en andas adornadas con flores de vivos colores. El peso de la imagen, sostenido por los devotos cofrades, parece ligero ante la fe que los mueve. Detrás, el mayordomo, con su vara rematada en una cruz, encabeza la comitiva, seguido por el alcalde y el cura, cuya figura se destaca entre la multitud. La banda de música, con sus instrumentos dorados, interpreta melodías que conmueven el alma. El sonido de la música se mezcla con el aroma del incienso y las flores, mientras los fieles, con velas encendidas en las manos, entonan antiguas letanías. Los niños, con ojos llenos de asombro, observan a Sanjuanillo, mientras las mujeres, con pañuelos blancos en la cabeza, rezan con fervor. La procesión se convierte en un río de luz y color que serpentea por las calles, dejando a su paso un rastro de emoción y esperanza.

San Juanillo
"Esta pequeña imagen es la que estaba en la hornacina exterior de su ermita, el corderillo esta recostado porque le faltan las patas, originalmente estaba de pie junto a la imagen"

La hoguera, un corazón de fuego que late en el centro de la plaza, exige una atención constante. Con horcas y ramas, los jóvenes atizan las llamas, alimentando el fuego con troncos secos. El calor es intenso, una ola que envuelve a todos los presentes. El crepitar de las llamas y el chisporroteo de la madera crean una sinfonía hipnótica que se mezcla con el ritmo de la música. Uno a uno, los valientes se lanzan sobre las llamas, llevando consigo sus miedos y deseos. Al aterrizar al otro lado, sienten un renovado vigor, como si el fuego hubiera purificado su alma. Mientras la hoguera se consume lentamente, dejando tras de sí un lecho de brasas incandescentes, la gente se reúne en grupos, compartiendo historias y risas. Los más jóvenes continúan saltando y jugando, mientras los mayores contemplan las llamas con una mirada pensativa. La noche avanza, pero el espíritu de la fiesta permanece vivo en el corazón de cada uno.

Juangueringas
El sol comienza a asomar por el horizonte, bañando las calles con su cálida luz. Es 24 de junio, la festividad de San Juan, y el pueblo despierta con una alegría contagiosa. Los balcones, adornados con ramas de cerezo en flor, desprenden un dulce aroma que se mezcla con el olor a chocolate y churros recién hechos. En las plazas y las calles, grandes mesas repletas de manjares invitan a sentarse y disfrutar. Jarras humeantes de chocolate, fuentes de churros crujientes, perillas de San Juan y mantecosas recién salidas del horno tientan a los paladares. Los vecinos, ataviados con sus mejores galas, se reúnen alrededor de las mesas, compartiendo risas y anécdotas. Para la bendición de ramos en la  ermita de San Juanillo de Corella, los niños llevan ramas delgadas y altas, hasta de dos metros, de lombardías, puestas en las fincas se tenía mucha fe en que estos ramos libraban de pedreas. Las rondallas, con sus guitarras y bandurrias, amenizan el desayuno con melodías populares. El ambiente es festivo y acogedor, una muestra de la unión y la solidaridad de la comunidad. Mientras tanto, las juangueringas, colgadas de los balcones, parecen vigilar la celebración, listas para tomar parte en los juegos y las bromas que se sucederán a lo largo del día.

San Juanillo
"Esta imagen es la que sale en procesión en su celebración y se encuentra en la Parroquia de Ntra. Sra. del Rosario, en la capilla de la Virgen del Villar, su vestimenta llama la atención, por su originalidad."

El final se acerca, las juangueringas, convertidas en marionetas gigantes, son zarandeadas con fuerza por los jóvenes, que las hacen girar y saltar en el aire. El crujido de la paja, el rasgado de la tela y el choque contra las paredes crean una sinfonía caótica que llena el aire de emoción. Con cada sacudida, las juangueringas van revelando sus entrañas: montones de paja revueltos, retazos de tela y objetos extraños. La gente observa con una mezcla de asombro y tristeza cómo estas criaturas grotescas, que tanto les han hecho reír, se desintegran poco a poco. La destrucción de las juangueringas simboliza el fin de un ciclo, pero también el inicio de otro. Al igual que las estaciones, la vida sigue su curso, y con ella, la tradición de crear y destruir estas figuras efímeras.

El día declina, pintando el cielo con tonalidades de naranja y púrpura. Con la puesta de sol, se cierra un ciclo y se abre otro. Las juangueringas, convertidas en simples montones de paja y trapos, son un recordatorio de que la vida, como las fiestas, es efímera. Pero también son una promesa de renovación, un anticipo de las risas y la alegría que volverán a llenar las calles el próximo año. Con la ilusión de niños y la sabiduría de los mayores, los vecinos ya piensan en las nuevas creaciones que darán vida a las próximas fiestas de San Juan. Cada juangueringa es una semilla que se planta en la imaginación, esperando florecer en una nueva obra de arte.

La ermita fue cayendo en desuso por su mal estado, se obtuvo alguna subvención para repararla, pero ni así ni con otros parches parecidos se pudo salvar un edificio cuyo mal de origen fue su deficiente construcción.
Proyecto Iglesia de San Juan
A modo de anécdota, D. José Luis de Arrese hizo un proyecto para una nueva Iglesia de San Juan que albergara el retablo actual de la ermita y sirviera de sede a la cofradía de San Juan.
Junto a la ermita se construyo un hospital en 1.710 pero desapareció en 1.842 cuando al exclaustrar las ordenes religiosas se aprovecho para este fin el Convento del Carmen.

Cada pueblo tiene su propia historia y cada persona su propio camino, y así la historia de nuestro pueblo y sus gentes seguirá escribiéndose con cada nuevo día, con cada nueva vida y con cada nuevo sueño.